Acerca de la curaduría secreta de “OJOS HERMANOS”
Muestra realizada en junio de 2017, en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales. Fba-Unlp, con la curaduría de Federico Luis Ruvituso. Forma parte del primer capítulo del»Historia(s) del Arte de bolsillo.
Doloroso y común es rivalizar con un hermano. Este sentimiento ya era típico en el pensamiento antiguo, Hesíodo, por ejemplo, recomendaba tener un solo hijo o llegar a muy viejo para no tener problemas de herencia. Hermanos rivales eran los hijos de Edipo, los hermanos Ayar fundadores de Cuzco y los numerosos e infames hermanos de La Biblia. Relatos de fratricidios abundan en nuestra memoria cultural, mientras que los hermanos que se abrazan son los menos. Siguiendo esta tradición, Parsifal y Feirefiz los caballeros hermanos que representan el Occidente y el Oriente en los relatos artúricos, inevitablemente se atacan sin vacilar. Por suerte su extenuante duelo termina en una tregua y finalmente las viseras se levantan y los contendientes se abrazan reconociéndose hermanos.
En un vitral de la catedral de Chartres se ilustra el episodio.
En el vitral las lanzas una vez enfrentadas terminan uniéndose y, con el tiempo, la iconografía de los caballeros hermanos nos habla tanto del inevitable enfrentamiento como de la necesaria reconciliación.
La singularidad de este relato y su actualidad deberían empezar a preocuparnos.
Por otra parte y pese a la tradición de fratricidios mencionada, por suerte los hermanos argentinos tenemos nuestros propios caballeros hermanos: aquellos cuya cotidiana afrenta dio lugar a la ley primera, versito demasiado célebre para recordarlo aquí.
Esta ley, cien veces convocada y otras cien desatendida, me llama hoy tanto a la complicidad del afecto como al más críptico de los silencios. Visto de este modo, escribir sobre la obra de un hermano parece una tarea difícil: los riesgos son muy altos y los jueces del intento no son ya sólo los espectadores casuales, aquellos cuyas viseras son apenas las últimas en levantarse. No. Los primeros jueces son los propios recuerdos, los únicos que podrían sentirse defraudados e incluso lastimados por una textualidad demasiado explicativa. Esta dificultad, por suerte, si se puede explicar:
‘El caso es que los hermanos se conocen desde el silencio más secreto y desde el recuerdo más pequeño, cuestión que puede sonar para otros tan ajena como insignificante.Un hermano puede habernos contado el mejor de los relatos sin advertirlo, habernos dicho el peor y más necesario de los secretos y entregarnos despreocupadamente en mano el más improbable de los tesoros: esa figurita difícil para llenar un álbum. Estos recuerdos que se convocan al pensar en un hermano, pueden ser inadvertidos incluso por este, que a su vez lleva en la mirada bajo su casco, otros recuerdos no menos importantes que nos incluyen.
Por eso y por otras cosas, es una suerte que las imágenes nos hablen desde el silencio. También, creo, desde una imperturbable expectación que se repite en todas las miradas que pueden convocar.
Si los textos deben acompañar, o mejor, interpelar algunas imágenes quizás también sea mejor que las letras atiendan a las necesidades de las obras y no, como suele pasar, exactamente a la inversa. Si esto sucede y el texto quisiese explicitar un camino posible, este debería atender rigurosamente a las imágenes expuestas a través de la más honesta sencillez. La tarea, lamentablemente es imposible de realizar en este caso ya que, como dije, soy un hermano de principios. No me es posible explicar aquí las maneras en las que una hermana puede salvarnos la vida o los secretos de una incontestable admiración más que de manera indirecta. Quizás, en este sentido, las cartas a Theo no deberían haberse publicado nunca.
Por esa razón, he dispuesto en la sala cuatro fragmentos secretos que el espectador deberá descubrir si le interesa escudriñar algunas palabras de esta curaduría secreta. De ser el caso, los autores que encuentre allí citados le hablaran sin duda de aspectos interesantes para pensar las obras, aspectos que el presente texto no podría albergar de forma directa.
Por otra parte, si el espectador considera su propio camino más que suficiente (o si sus padres siguieron el valiosísimo consejo de Hesíodo), siéntase este libre de preguntarle a las obras lo que desee, puedo asegurarle que la respuesta será igual o aún más satisfactoria.
Finalmente, si su curiosidad infatigable lo obliga a insistir, puedo brindarle una última recomendación: descubra únicamente el fragmento número cuatro (IV) que se titula “Ojos hermanos” y compruebe con sus propios ojos si lo expuesto aquí tiene algo de verdad.